En la Edad Media, Otto Pette vive en la soledad de una casa de campo apartada, sin más que hacer que cubrir con el polvo del olvido los recuerdos chamuscados del pasado. Sin embargo, un extraño se instala en su casa y, antes de que se dé cuenta, el intruso no solo se instala allí, sino que también comienza a ocupar el lugar del amo. El residente, obligado por la inevitabilidad, intentará adivinar la identidad del extraño, en una batalla verbal en la que tiene todo que perder. Los dos interlocutores-oponentes, avivando alternativamente las viejas cenizas de la estufa en su incansable actividad, encenderán las viejas brasas que yacían dormidas como una imagen de la muerte. El fuego reavivado dará vida a las luces y sombras de fantasmas de múltiples apariencias, en la sala oscura que parece la puerta de la Muerte. En vísperas de la destrucción, las cenizas grises recordarán el negro de las frecuentes crueldades y el blanco de los raros amores, y harán sentir a los extraños-residentes que quieren aferrarse obstinadamente a las verdades-mentiras de su vida que todo ser humano es un fugitivo y un vagabundo, todo extraño: extraño incluso dentro de sí mismo.
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